viernes, 9 de septiembre de 2022

“Las palabras no caen en el vacío”: El siglo de las luces, de Alejo Carpentier

De acuerdo con el plan previsto, las sesiones del Club empezaron el martes 6 de septiembre con el comentario de los cinco primeros apartados de El siglo de las luces, de Alejo Carpentier. No han faltado elogios a este libro, aunque también hubo opiniones que señalaban la dificultad de su lectura debido, entre otros motivos, a su riqueza léxica y a lo enrevesado de algunas expresiones.

Nunca está de más recomendar al lector que se enfrenta por vez primera a la narrativa de Carpentier que lo haga con calma, que avance lento, paladeando su lectura (si se permite la broma, pedaleando como el que sube una cuesta empinada). Si uno lee con calma y pone la mayor atención, disfrutará de la música de una escritura que levanta una estructura tan poderosa como la propia catedral que se representa en el cuadro al que se alude a lo largo de la novela; eso sí, evitando que la lectura estalle.

En este texto, quiero comentar estos primeros apartados, a modo de recordatorio de la lectura ya realizada. 

Antes va un extracto de la entrevista que Joaquín Soler Serrano hizo a Alejo Carpentier en el mítico programa “A fondo” de RTVE (programa al que haré referencia en más ocasiones pues se entrevistaron a algunos de los creadores más importantes del momento, no solo de las culturas hispanas). 


El siglo de las luces, de Alejo Carpentier, se publicó en 1962 y comienza con una cita del Zohar (también llamado Libro de los Resplandores): “Las palabras no caen en el vacío”.

La novela empieza con la llegada de la guillotina a América. En la ilustración podéis ver la hoja de la guillotina que fue montada en Guadalupe y con la que se ejecutaron, al menos, a 50 realistas (royalistes constitutionnels) que eran aquellos que, tras la Revolución Francesa de 1789, apoyaban una monarquía constitucional.
Hoja de guillotina, 1792, National Maritime Museum, Greenwich

En estos cinco apartados se presentan a los principales personajes de esta novela y recorremos uno de sus escenarios, La Habana Vieja.

La acción arranca, más o menos, en 1789, en una Habana que tres décadas antes, en 1762, había sido ocupada por los ingleses (apenas fue un año de ocupación pero permitió que se conocieran, antes que en otros lugares, muchos de los avances técnicos de la primera Revolución Industrial).

Al inicio nos sabemos que el padre de Sofía y Carlos (y tío de Esteban) ha fallecido y cómo altera su muerte la vida de estos tres adolescentes. El padre, que procedía de un pueblo de Extremadura, tenía montado en La Habana un negocio de comercio de todo tipo de mercaderías (que se vendan diferentes mercancías europeas y que la novela transcurra entre Europa y el Caribe hace que el vocabulario de Carpentier sea especialmente rico).
Carpentier presenta la ciudad con sus sonidos (“un ruido de cencerros llenó la tarde”), sus olores (“todo olía fuertemente en esa hora del crepúsculo”, “la leña mal prendida”, “a arcilla olían los tejados húmedos”), sus sabores y su arquitectura, tanto exterior como del interior de la casa en la que comienza la narración.

Estamos en una ciudad en donde “los forasteros alababan el color y el gracejo de la población, donde tantas orquestas alborotaban las tripulaciones rumbosas, prendiendo fuego al caderamen de las hembras; pero quienes la padecían a todo lo largo del año sabían de sus polvos y lodos (…)”.
Nos describe los cuadros colgados en la casona, entre ellos, “Explosión en la catedral” que tiene “una columnata esparciéndose en el aire a pedazos”. No lo dice Carpentier, pero puede que se refiera a un cuadro de Monsu Desiderio (como dijo en diferentes entrevistas), o quizá sea uno de esos juegos que tanto le gustaban y se trate de un cuadro de Max Ernst (a quien Carpentier conoció en París), que, con ese título, tiene uno fechado en 1960 (más abajo la imagen de ambos).

Monsu Desiderio, "Explosión dans une Eglise", hacia 1620


Max Ernst, "Explosion dans une Cathédrale", 1960

Que no os sorprendan los muchos los anacronismos que hay en la novela (a ver si algún lector se anima y comparte alguno que haya localizado). Aquí va uno: Carpentier dice “en este siglo, la rapidez de los medios de comunicación había abolido las distancias”; sin embargo, la primera línea de ferrocarril, entre las ciudades inglesas de Stockton y Darlington, es de 1825. Hasta ese momento, la velocidad más rápida a la que fue un hombre era a la que alcanzaba su caballo.

En todo caso, Esteban ve obsesivamente ese cuadro y dice que lo hace para “irse acostumbrando” ("acostumbrando ¿a qué?", se pregunta el lector).

Hay que recordar que, muy poco antes, Sofía dirá que ha sido “el maldito incienso” de la Iglesia el que ha provocado la fuerte crisis asmática de Esteban.

Conocemos a don Cosme, el Albacea, que está “empeñado en oficiar de segundo padre” y que es un personaje que ya apunta un comportamiento turbio.

También aparecen los principales personajes de la novela: Sofía, que abandona el convento en el que estaba recluida (donde las monjas la instaban “tenazmente, pero sin prisa; suavemente, pero con reiteración” a que se hiciera una sierva del Señor); Carlos, al que el padre envía con frecuencia al campo porque “así se templan los caracteres espartanos”, que tiene que regresar a la ciudad y abandonar la interpretación de la flauta para hacerse cargo de un negocio que no le interesa; y al primo Esteban, endeble y asmático, que sufre sus crisis de una manera dramática y cada vez más dolorosa.

Tras la muerte del padre, los muchachos, en un completo desorden, viven de noche y se la pasan jugando entre los muebles y cada quien leyendo “lo que le pareciera”. Entre estos libros hay “una novela nueva, que se robaban a ratos, cuya acción transcurría en 2240”. Es muy probable que se trate del libro El año 2440. Un sueño como no ha habido otro, de Louis-Sébastien Mercier, cuya traducción al español se ha publicado no hace mucho por la editorial Akal. En este libro, el autor se despierta setecientos años después, en un París futuro, en el que todos los ideales de la Ilustración se han cumplido.



En el apartado cuarto, está la primera mención a un grabado de Goya, " Siempre sucede", que os pongo a continuación (quizá vuelva en otra entrada sobre este tema).

Goya, "Siempre sucede", serie "Los desastres de la guerra", 1810-1815

Tras un año de luto viviendo en un caos, “apegados a sus nuevas costumbres, metidos en inacabables lecturas, descubriendo el mundo a través de los libros”, reciben una noche la visita del comerciante Víctor Hugues, “un hombre sin años” (como la misma novela en donde no aparecen fechas) que ha viajado por muchos lugares y vivido numerosas aventuras. 

Hugues es un mago que lo transforma todo, también la comida, “transfiguraba una carne fría en plato moscovita, valiéndose del hinojo y la pimienta molida (…)”, y aprende a usar el cuchillo según el libro español del marqués de Villena, Arte Scisoria (al leerlo ¿no os recuerda la cuchilla de la guillotina?).

Enlace a este libro en la BNE: http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000070831&page=1

Hugues llega de Haití, país cuyo proceso de independencia comienza en 1791 y culmina en 1804. Ese proceso arranca con un levantamiento de los negros esclavos (sobre el que trata otra gran novela de Carpentier, El reino de este mundo). Hasta 1804 el nombre del país fue Saint-Domingue, con la independencia tomó el de Haití (no confundir con República Dominicana; ambos países comparten el territorio insular pero su historia es muy diferente).

Hay que recordar que la primera abolición de la esclavitud en la Francia revolucionaria es de 1794, pero Napoleón la restableció en 1802, eso provocó la revuelta de esclavos en Haití que culminó con la independencia de este país en 1804. Como volveremos sobre este tema de la esclavitud, y dado que las consecuencias de esa revolución llegan hasta nuestros días, os pongo el enlace a una serie de artículos recientes en The New York Times en donde podéis leer la triste historia de este país (van los enlaces en español, pero es más amplia en inglés):

https://www.nytimes.com/es/2022/05/24/espanol/el-precio-de-la-libertad-haiti.html

https://www.nytimes.com/es/2022/05/20/espanol/haiti-deuda-francia-reparaciones.html

Víctor les enseña francés y se dedica a ordenar el caos en el que viven. Haciendo una de sus muchas piruetas eruditas, Carpentier hace que Sofía sueñe con la ciudad de Viena, puesta bajo la advocación de San Esteban para, así, recordar la onomástica de Esteban y su día de su nacimiento (26 de diciembre).

En un momento, Sofía le pregunta a Víctor si ha visto sirenas en sus viajes, pero: “antes de que el forastero contestara, la joven le mostró una página de Las delicias de Holanda, viejísimo libro donde se contaba que alguna vez después de una tormenta que había roto los diques de West-Frise, apareció una mujer, marina, medio enterrada en el lodo. Llevada a Harlem, la vistieron y la enseñaron a hilar. Pero vivió durante varios años sin aprender el idioma, conservando siempre un instinto que la llevaba hacia el agua. Su llanto era como la queja de una persona moribunda…”. 

Hasta donde he podido averiguar, el libro citado no existe, pero la historia y la ilustración es cierta; otra prueba de la enciclopédica erudición de Carpentier:


Víctor también les enseña a bailar, pues “todos bailaban a cada cual peor en aquella fiesta”; fiesta que provoca un fortísimo ataque de asma a Esteban que Víctor propone resolver sacándolo de la casa. Es de noche y salen atropelladamente en un carro que recorre unas calles habaneras que viven una nocturnidad de vicio y disipación. Es magistral la descripción del tumulto que provoca Sofía al darle un fuerte latigazo al caballo para que les saque de ese ambiente que considera depravado.

Al tiempo que los caballos se encabritan, el ataque de asma de Esteban aumenta. Víctor propone llamar al doctor Ogé, un haitiano mulato, "médico notable y distinguido filántropo", gran conocedor de las yerbas, que "olfateaba el aire de modo singular". Os pongo una guaracha cubana en donde se mencionan las diferentes yerbas, entre ellas, el caisimón "para la hinchazón":

"El yerbero moderno", La Sonora Santanera: "... traigo yerba santa, pa' la garganta, traigo caisimón, pa' la hinchazón, traigo abrecaminos pa' tu destino, traigo la ruda pal' que estornuda...

Ogé descubre el origen del mal y destruye las hierbas que hacen daño a Esteban, eso que provoca la protesta airada del sirviente Remigio, que las cultiva para venderlas como remedios. Su enfado nos hace conocer que el padre muerto no se fiaba de sus yerbas, si lo hubiera hecho podría haberse curado del mal que le produjeron las mujeres que llevaba a su casa (quizá murió de sífilis).

Los cinco primeros apartados del primer capítulo acaban con una mirada “que cae en el vacío” (las miradas no son como las palabras). Es la mirada de Sofía al rechazar el pago el doctor Ogé, ese individuo de “color quebrado”, Sofía mira a Victor que sigue con su mirada a la mulata Rosaura "que cruzaba el patio contoneando la grupa bajo un claro vestido azul floreado".

Al final de este capítulo se nos dice que “las palabras estaban divorciadas de los pensamientos”, que "cada cual hablaba por boca que no le pertenecía".

En el siguiente capítulo, donde comenzaremos la conversación de la próxima semana, hay una frase premonitoria, que concierne a Sofía, pero que afecta a todos los demás, todos están "en el umbral de una época de transformaciones". Ya estamos en 1890 y la situación en las colonias francesas está muy revuelta.

Seguimos el próximo martes. Si algún lector se anima a enviar su comentario de lectura, o alguna otra aportación, será bienvenido.

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